domingo, 20 de mayo de 2018

LA LUNA TAMBIÉN SE HASTÍA


Hubo un poeta inglés, natural de Salisbury (ciudad de Wiltshire) que solía vagar en las noches de luna llena por los alrededores de Stonehenge. Algo supersticioso, nunca se atrevía a posar sus pies en el centro del templo celta. Ya de antiguo se escuchaban leyendas de hechizados que habiéndose situado en el centro de dicho lugar, se producía en ellos una especie de posesión que los inducía a cometer actos extraños de los cuales, tiempo después, no supieron si habían sido verdad o fruto de su imaginación.
Así el poeta caminaba meditabundo en busca de inspiración. La luna de belleza fantasmal le observaba mientras crecía y cuando menguaba. 
Una cálida y espesa noche de plenilunio el poeta salió como de costumbre a dar su largo paseo. Esta vez el satélite tenía una luz especial o él estaba especialmente susceptible de ser absorbido por ella. Todos los poetas se sienten atraídos magnéticamente por la luna. Es algo tan fuerte que nadie que posea esa sensibilidad puede sustraerse a su influjo, ni siquiera aquellas o aquellos que no escriben versos. La licantropía es uno de esos males que aún pululan por el mundo.
Nuestro poeta un poco cansado y fascinado por la luz íntima se sentó apoyando su espalda en una de las columnas de piedra de cara al interior del círculo. Sacó su petaca y dio un trago de licor. Cogió su pipa del bolsillo la llenó de tabaco y encendió la yesca para prenderlo. No se sabe cómo el artilugio salió volando hacia el centro del templo. Por inercia se levantó a cogerlo. Una vez en sus manos levantó la vista hacia el cielo. Esplendorosa la luna le habló así:
     - Buscas cada día unos versos nuevos que escribir. Grabas en tu memoria las imágenes que te conmueven, las transformas y le das vida en tus escritos.  Te fijaste en mi y quieres que todos los días te susurre al corazón palabras de amor, deseos de unión, eternidad de abrazos, continua presencia y que te saque de tu dura existencia.

Hubo un momento de silencio. Boquiabierto se le cayó la pipa y la yesca al suelo. Por unos instantes le pareció que la luna lloraba. Unos suaves suspiros se escuchaban. Volvió a escuchar su voz de plata a modo de reproche:

     -No te das cuenta de mi condición, siempre colgada en las alturas, siempre creciendo, menguando y desapareciendo sin poder evitarlo. No quieres entender que mientras la personas deambulan de un lado para otro, yo he de permanecer aquí, custodiando deseos, escuchando oraciones, súplicas y desdichas. 
No puedo hacer más de lo que hago y no pienses que eres una marioneta en mis manos blancas, también tú puedes ignorarme cuando te venga en gana.

Volvió el silencio. La luz se hizo más opaca. Dio unos pasos hacia atrás dejando los dólmenes que forman el círculo sagrado. Totalmente embrujado giró sobre sus pies y volvió a casa como alma suspensa en una nube.
Abrió la ventana de su cuarto para verla otra vez, pero ya amanecía y no quedaba rastro de ella. Cogió el cuaderno de la inspiración y escribió hasta bien entrada la mañana.

El reloj de la pared dio tres campanadas, pam, pam, pam. El poeta despertó, vio la ventana abierta y el cuaderno abierto repleto de versos. No podía entender si había sido un sueño o la luna le había hablado de verdad. Miró afanosamente en su chaqueta para fumar su pipa y no la encontró. La yesca tampoco estaba.
Entonces sonrió para sí mismo. En su último paseo había encontrado lo que buscaba.