“La última vez que dejé que alguien tocara mi alma, me costó más de doce
lunas recomponer los pedazos. Fue un viaje iniciático hacia el interior de la
vida.”
Calixta releía con cierta
complacencia y nostalgia su registro de experiencias espirituales. Como buena alquimista no dejó de trabajar en
otras sustancias volátiles, en el mercurio de los filósofos, y en todo aquello
que guardara un gran secreto. -“Cenizas
de pasión”- pensó al recordar ese amor. Cerró el libro de tapas de piel
donde no había burilado ningún título, tan sólo una estrella de cinco puntas.
Tomó su pequeño saco y salió a buscar valeriana al campo para la mujer del
carpintero que andaba un poco nerviosa.
El aire le
trajo negatividad, notaba que se acercaba una energía fuerte y malvada, pero no
quiso hacer caso.
Alguien la
cogió del brazo.
-¡Ya eres
mía! –gritó.
El saquito
se le cayó al suelo y el sol no la dejaba ver el rostro de Ignacio el
Inquisidor General de la provincia.
-¿A quién
vas a hechizar esta vez vieja bruja?
-“No soy bruja. Alquimista, tal vez”-
pensó, pero…tampoco podía decir nada al respecto. Ella pertenecía a una
sociedad secreta, de la cual no debía ni pronunciar su nombre.
-¡Déjeme! Tengo
que llevarle este remedio a la mujer del carpintero.
-¡Hechicería!
¡Aquí la tenéis sois testigos de lo que digo!- Dijo, empujando a Calixta en
brazos de dos soldados que acompañaban al inquisidor.
Se la
llevaron a rastras y en el camino de piedras se le reventó una uña del pie.
Sangraba por el empeine, por los dedos. Ese fue el comienzo de la tortura que
vendría después. Sabía lo que la esperaba y lo que Ignacio quería de ella.
Nunca se doblegó ante sus intentos de someterla a juegos carnales que el inquisidor la demandaba desde hacía tiempo.
Encerrada en
una mazmorra, esperaba la muerte como una salida. Los cátaros la llamaban
Endura. Pero se acordó de su maestro Basilio Valentín y el código hermético:
“RER, un enigma desprovisto de sentido.
RE, ablativo del nombre latino RES,
significa cosa.
RERE, la suma de dos RE, dos cosas,
BIS
RERE, equivale a REBIS, según su
maestro, era el compuesto que va a sufrir sucesivas metamorfosis bajo la acción del fuego.
Yo soy el compuesto, la materia. El
Inquisidor es el fuego, por algo se llama Ignacio”
Después de
ser torturada, no lo pudo resistir y se dejó llevar. Escribió en la fría piedra
de su celda con su propia sangre “Me
entrego al fuego”.
Al día
siguiente antes de ser llevada a la sala de tortura, pidió leche y pan. El
inquisidor sorprendido bajó a ver a la prisionera.
-Llévame
contigo- le dijo ella.
Ignacio
sonriendo de satisfacción la llevó a sus dependencias. Ella recibió el fuego de
Ignacio y su materia se transfiguró. El inquisidor fue contaminado de pureza y
su fuego se apagó. Al tomar verdadera conciencia del mal que había estado
haciendo durante años, comenzó a gritar de dolor. Salió corriendo. Calixta
soltó sus grilletes y se limpió la sangre. Nadie la detuvo.
El cuerpo de
Ignacio se encontró en el barranco donde solía despeñar a sus víctimas. Calixta
, sin embargo tuvo que remodelar dentro de sí, todo el mal que le había
transferido, la envidia, el abuso, el miedo…
En su libro
secreto escribió:
“Aquel día no dejé de ser consciente
de mi humanidad, de mi dolor, de la lucha, de vivir en definitiva. En mis
muñecas llevo las cicatrices de mi fuerza interior”
Me ha encantado.Desde la primera línea he seguido el relato con mucho interés..
ResponderEliminarBesos.
Me alegra que te guste, Suni. Ambas compartimos el amor por lo medieval.
EliminarUn abrazo
Un buen relato, Yolanda. La ambientación me parece especialmente bien lograda y la historia muy original.
ResponderEliminar¡Un saludo!
A mi me gustaría saber hacer comentarios tan buenos como tú. Pero creo que soy bastante torpe para eso.
EliminarGracias y un saludo, Julia.