13. Bien es cierto que
el Salvador la conoce perfectamente
14. Por eso la amó más
que a nosotros.
EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA, FOLIO 18
APÓCRIFO GNÓSTICO ED. OBELISCO,
JULI PERADEJORDI.
MARÍA MAGDALENA
Todo el pueblo hablaba de él, en el lavadero, en el mercado. Los pequeños grupos de escribas se juntaban para hablar de la ley, hacían gestos de rasgarse las vestiduras. Ella llevaba varios días observándole, de espaldas y a distancia. Atraía a la multitud de toda condición y también a ella, sin saber muy bien por qué abrigaba interés hacia el hombre que decía cosas poco oídas.
Cuando nadie solicitaba sus servicios se veía en la necesidad de escucharle. Un cliente de los que solían visitarla le habló de él. “¿Has visto a ese farsante que congrega a esos tontos?”. “¿Qué farsante?” contestó ella. La pregunta se quedaba sin responder. A una mujer no merecía la pena darle conversación. ¿Qué iba a saber una mujer de lo que se discutía en el Templo?
Muy serio, el hombre se ciñó el manto. Con las manos sucias le dio una moneda y salió de la casucha diciendo que quizá volvería. Ella, mientras se vestía, pensó que la próxima vez le obligaría a lavarse si quería tocarla, aunque bien sabía que no le haría ni caso. Apoyada en el quicio de la puerta vio como una multitud se agolpaba calle arriba. Se dio cuenta de que eran muchos los que le nombraban. No parecía otro de tantos rabinos y al final la curiosidad pudo con ella. Así que salió a ver quién era el hombre que tenía la capacidad de reunir a la multitud y de estar en boca de todo el pueblo.
Con el pasar de los días, cuanto más le escuchaba, más necesitaba estar en su presencia. Guardaba las monedas que podía, las suficientes para subsistir un par de días sin trabajar. Después salía buscarle como si con ello contemplara lo más hermoso del mundo.
La tarde que por fin entendió lo que decía el Rabí se le llenó el corazón de lágrimas. Esa noche y al día siguiente ya no pudo atender a ningún hombre. Supo por los mercaderes que iban hacia Damasco que sus amigos y el estaban invitados en casa de Simón el fariseo y sin pensarlo, con el poco dinero que tenía compró un tarro de nardo y fue en su busca.
Vio que el Rabí entraba en casa del fariseo rodeado de sus amigos. Sintió vergüenza de perseguirle pero terminó colándose por la puerta del corral. buscando la sala se fue hacia él. Cuando la vieron llegar empezaron a murmurar y a escandalizarse. Unos decían cómo era posible que se acercará tanto al invitado y empezara a llorar. Otros que no sabían su nombre, la llamaban pecadora, otros la vieron caer de rodillas a los pies del invitado, otros porfiaban en que era hermana de María y Lázaro.
Mientras abominaban de su presencia a causa de cómo se ganaba la vida, el Rabí cogió su mentón, la miró a los ojos y le habló al corazón sin abrir la boca “Yo te conozco, no te juzgo”. Alzó la voz a los que allí estaban para increparles que mientras ellos protestaban por el origen de la mujer o por el valor del perfume, ninguno había lavado sus pies y en cambio ella lo estaba haciendo con sus lágrimas. Callaron de tal forma que sólo se escuchaba el gorjeo de las palomas. Mientras, ella le secaba la piel con sus cabellos y se los untaba de perfume de nardo. En su corazón percibía un atisbo de lo que iba a sucederle. Desde entonces le siguió a pesar de los reproches de sus discípulos.
Ella que creía que los hombres la amaban. Sin embargo aquel día, comprendió que lo que hacían con su cuerpo nada tenía que ver con lo que el Rabí le dijo con la mirada. De ser una mujer indigna se transfiguró en un alma dichosa porque amaba y se sentía amada. Ya no tuvo necesidad de vender su cuerpo, ya nunca le faltó el pan, el la proveyó de todo lo que necesitaba.
Después conoció a las otras Marías, que como ella siguieron al grupo pues le consideraban digno de la más ferviente atención.
IOLANTHUS
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante. Si quieres deja tu comentario.