Cuando entré en el centro de salud, me vino a la nariz un olor suave a desinfectante. Los suelos brillaban con el reflejo de las luces del techo. Esa luz me hizo recordar el motivo de mi visita al médico, una dichosa migraña que no dejaba que me concentrara en el trabajo y me ponía un humor de perros.
Llegué a la sala de espera. Había una mujer de mediana edad sentada con el móvil en las manos. ¡Qué daño está haciendo el Smart de los cojones! -pensé
Di las buenas tardes y ella levantando la vista del aparato me las dio a su vez. No pude evitar preguntarla si llevaba mucho tiempo esperando y ella muy amablemente me dijo que acababan de entrar dos personas en la consulta y le hizo suponer que nos tocaría esperar.
-Ya sabe como funciona esto.
-¡Oh sí, ya lo creo!
Tomé asiento a su lado y ella volvió a su móvil. Por el rabillo del ojo vi que leía un texto. Sentí una punzada fuerte en la cabeza y por reflejo me toqué la cara. Debí hacerlo de forma muy brusca porque me preguntó si me encontraba bien. Le dije la verdad.
-No, me va a estallar la cabeza.
-¡Oh, vaya, sé lo que son las migrañas!
Lo dijo en un tono dulce y consolador. No me importó que me diagnosticara tan pronto.
-Es espantoso ¿sabe? sobre todo cuando tienes que hablar para otros y concentrarte en lo que dices.
-¿Es usted periodista?
-¡Oh no!- me hizo sonreír- Soy profesor de Historia en un instituto de secundaria.
Abrió los ojos de par en par demostrando interés.
-Casualmente estaba leyendo la vida del emperador romano Augusto.
-¡Vaya que interesante! ¿Es usted profesora?
-No, no, no.-Sonrió- Yo trabajo en la limpieza de oficinas.
Por un momento me dejó descolocado y en mi cara se debió ver la perplejidad. Como si adivinara mi pensamiento dijo:
-Quizá piense usted que mi oficio, bueno , el trabajo con el que me gano la vida, lo que me da de comer no es compatible con la cultura.
-Oh, no, no es eso.- mentí.
Me dio otra dolorosa punzada en la cabeza y desee que el médico saliera a nombrarme. Me estaba desquiciando.
La mujer guardó su móvil en el bolso y comenzó a hablar muy seria.
-¿Sabe? no todo el mundo recibe una buena educación que le de un título para trabajar en algo que no sea tan duro como la limpieza. El trabajo en sí no es malo. Es la sociedad la que no lo pone en valor y le da la dignidad que merece.
-Estoy seguro- dije por cumplir.
-Mire, la educación la dan los padres, los modales. En los colegios se aprende a sobrevivir en grupo, siempre con el riesgo de la marginación por la causa que sea. Se les llena a las criaturas la cabeza con un montón de datos que después escupirán en un examen y después olvidarán. Algunos padres no dan abasto con la de deberes que tienen, otros ni se preocupan de enseñarles aunque sea un poco de ética que les ayude en un futuro laboral. Luego hay un pequeño porcentaje de criaturas que quieren saber, conocer y tienen la mala suerte de dar con padres y profesores que no son capaces de apreciar esto. La criatura se hace mayor hasta que en su ansia de conocimiento cae en sus manos un texto de Pico della Mirandola y entiende a través de ese filósofo que sólo uno mismo puede escoger entre ser un animal o un ángel. Entre ser un mal educado o alguien sensible a la cultura Humanista que le ayuda a situarse en el mundo para que el mundo no lo desintegre como individuo, al carecer de un título que acredite sus conocimientos.
Me dejó sin palabras. En cierto modo tenía razón pero habría mucho que matizar y yo no estaba para matices. Su discurso se encendió.
- Y ahora con tanto feminismo extraño y tanta política basura que se olvida de los problemas reales de las personas. Existen conflictos entre grupos de hombres que compiten entre sí y entre grupos de mujeres que se descalifican unas a otras. No se enseña a soltar cuando el amor se acaba y acaba en asesinato. No se enseña que las personas no son cosas, que sólo son humanas con sus defectos y virtudes. Y mientras tanto nos subimos al carro de las ideas de moda que no nos llevan a ninguna parte. No dan trabajo ni una educación saludable para el individuo.
De repente paró y yo seguía callado. Me estaba dando la brasa y se dio cuenta. Se abrió de golpe la puerta de la consulta y salieron los pacientes. El médico la llamó por su nombre, Aurelia.
Ciertamente alguien con sentido crítico. Se había hecho a si misma. Me hizo reflexionar. Empecé a sentir una responsabilidad abrumadora con mis alumnos. El dolor de cabeza se amortiguaba poco a poco. Salió de la consulta enseguida y sonriendo me dijo que sentía haberme dado la tabarra y que esperaba que me recuperase pronto. Educadamente le sonreí diciendo que estaba encantado de haberla escuchado aunque en verdad no lo sentía.
Dentro de la consulta, mientras el médico tecleaba en el ordenador quién sabe qué pensé en los alumnos de mi clase. Reconocí en mi mente todos los rostros y pude constatar que de todos ellos no recordé a ninguno en especial que tuviera ansias de saber. Entonces caí en la cuenta de que nadie me había enseñado a distinguir entre lo que es curiosidad o ganas de hacer perder el tiempo al profesor mientras explica el tema interrumpiendo cada dos por tres con preguntas que denotan que no se están enterando de nada.
Me quedaba mucho que aprender.
El médico me dio unos analgésicos muy fuertes y la baja.
IOLANTHUS.
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