Perdóname que no te adore, papá, pero no creo en los ídolos de barro.
Tú, que nada me diste, ni cariño, ni atención, ahora que lo pienso ¡me hubiera gustado tanto idolatrarte de una forma serena! Sentir la fuerza de un pilar en el que apoyarme.
Me hundiste en la miseria emocional que siempre has llevado contigo y me enseñaste que el mundo es un lugar peligroso al que hay que tenerle miedo. Me dijiste que no confiara en nadie, pues tarde o temprano me traicionarian. Que no compartiera con mis hermanos ni la pasta de dientes.
Claro que tú llamas traición a todo aquello que no ha sido dictado por ti. Y al que no está de acuerdo contigo lo apartas de tu mesa. Me di cuenta tarde, tú fuiste mi primer guía y estabas defectuoso.
¡Ay papá!
Creo que con el tiempo y la búsqueda de lo trascendente he salido de mi infierno.
Debo agradecer que me pusieras al borde de la tabla y me obligaras a saltar. Eso que llaman ahora "zona de confort" en mi adolescencia no existía. Ya te encargaste de que nunca me acomodara al hogar, si se le puede llamar así.
Sin todo ese exquisito (por lo eficaz para anularme) y destructivo trato no hubiera buscado más allá de la oscuridad.
He tardado cincuenta años en salir del inframundo.
¿Y tú papá? ¿Has conseguido salir o te hace feliz tu averno particular?
Ya eres un anciano, lloro a tu lado y tú ni te inmutas. Sólo me describes orgulloso las cosas tan buenas que te ha dicho el policía mientras su compañero hablaba con tu hijo que aún sigue preso en tu ignorante y espesa gehena.
IOLANTHUS
Saturno devorando a su hijo. Francisco de Goya Museo Nacional del Prado |
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