Hacía tiempo que Amaltea* no paseaba por el jardín de los
cíclopes, el que está rodeado de mar, excepto por un pequeño istmo, que en ciertas
épocas del año se inunda y no se puede transitar. Pisaba con cuidado entre
distintas imágenes en flor, con temor a ser descubierta. Encontró entre la
maleza un papiro que olía a jazmín y que contenía
un poema de amor escrito en la Koiné. Enseguida despertó en ella una
añoranza. Se conmovió hasta las entrañas porque, por primera vez, el amante no
se ocultaba tras unas metáforas confusas, difíciles de entender. No pudo, en
toda la tarde, por más que lo intentó dejar de pensar en aquellas dulces
palabras desnudas, que a su vez desnudaban su alma de náyade. El vello se le
erizaba mientras veía con cierta curiosidad como los moluscos pegados a la roca
de la playa soltaban una espuma blanca y burbujeante que resbalaba por el
saliente de la roca. Algo se había transfigurado en el jardín de los cíclopes. Ella,
que no quería volver al lugar para no provocar furias que no se apagasen, para
no regar con lágrimas de locura un oasis imposible, de nuevo había
traspasado la frontera y se había dejado acariciar la piel por el viento y le
provocaba pensamientos prohibidos que sólo se pronuncian en secreto.
No supo si fue Polifemo quién dejó allí ese papiro. No sabía
si volvería de nuevo a colarse en el jardín a través del istmo. Las cosas
cambian, las semillas germinan y crecen, lo inefable también.
El cíclope se pasaba las
horas observando desde su atalaya a los que se colaban en el jardín. Cuidaba de
sus cabras en paz, hasta que la vio a ella. Tiempo después, tierno y amable,
como ninguna mitología haya descrito, a algunos les regalaba corazones y a otras
besos. Apenas se enfadaba y no ponía veneno en su voz.
Polifemo, el de las muchas palabras, espera el regreso de los
paseantes y el de la náyade. En el s.XXI han cambiado mucho las cosas. Amaltea no
sabe cuándo volverá al jardín de imágenes floridas. Dejó, no obstante, un ósculo de despedida en el aire.
Más vale que Polifemo no tenga esperanza de ver a Amaltea,
pues todavía tendrá que seguir amamantando a Zeus en Creta. Ya sabemos cómo son
los dioses, para ellos no existe el tiempo.
IOLANTHUS
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