sábado, 17 de abril de 2021

ÁRBOL EMPLUMADO



Como el árbol permanece sujeto por sus raíces a la tierra que lo sustenta, 

así me siento yo.

Quise ser gaviota y acabé siendo tronco y flor.

En el borde de las ramas crecen plumas blancas apuntando hacia el cielo.

El último extremo de mi copa es, a veces frondosa y a veces seca y quejosa. 

En el abismo de la noche, cuando los fantasmas ocupan el espacio de la flaqueza humana, no deseo ser árbol.

Al amanecer entiendo que podría ser talado.  Fútil sería desarraigarlo, cambiarlo de tierra una bobada.

Es difícil ser árbol y gaviota.

Errantes son los versos, las palabras vuelan, las frases tienen fama de acomodadas.

Vagabundas son las hojas secas cuando de mi se escapan.

En el tronco, a la altura de un niño, tengo dibujado en la corteza un corazón adolescente. Dentro, varias iniciales han ido cambiando. Unas han dejado un profundo surco, otras ya casi se han borrado.

Quise ser gaviota y nací árbol.

Aún no está escrito que llegará el día en que seré solo pájaro y volaré tan alto que de mi no se verá ni la sombra.

Mientras tanto, anidan cómodamente las aves que van de paso. Las cobijo entre los brotes y las ramas. Según crecen, un poema les voy narrando.

Cuando se marchan del nido, llevan en sus tiernos corazones, los lamentos de un árbol herido, que quiso ser gaviota y fue tallo, así lo quiso para ella el destino.

Así, año tras año, de álamo a encina, de olivo a castaño, las aves pasajeras con dulcísimo trino van narrando, el secreto poema del árbol emplumado.


IOLANTHUS

Foto: Iolanthus.  

PARQUE DE "EL CAPRICHO" 
MADRID

 


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