No puedo evitarlo,
pienso en Ucrania y en los ucranianos.
Como si ya estuviera todo dicho, todo aceptado, no, ni hablar.
Mientras tomamos las uvas
segundo a segundo caían las bombas por Kiev.
No nos atragantamos
y pensé, <<ojalá explotara la mala uva explosiva en las manos del que ejecuta la acción>>
Las madres lloran, otras se sienten orgullosas de que sus hijos defiendan la nación.
Comencé el primer minuto del año con odio.
Y Mefistófeles, se frotaba las manos con mi odio y mi impotencia y se reía diciendo, sí, sí. (Mefistófeles podría ser cualquier gran corporación interesada en mercadear con la desgracia humana)
Es fácil caer en sus manos, caer en el infierno, creer todo lo que nos cuentan, caer en el infierno de Ucrania, caer en la deshonestidad, comprar voluntades para fines particulares (Y en el de la desinformación y propaganda)
Mefisto, tiene muchas caras y mucho dinero que no sabe en qué gastar.
El poder con creces, con uvas envenenadas, con drones, misiles, con hambre, frío y después van a la iglesia
y decretan que su lucha es Santa y van al cielo que ellos se han inventado.
Mi odio se desvanece, no lo alimento, no va a ninguna parte.
Mi pena me acompaña, pero ella y yo somos viejas amigas.
Algún día acabará, cuando todos los interesados en el conflicto se hayan enriquecido lo suficiente.
Una montaña de mentiras demasiado alta para ser entendida.
Me eché un baile,
Un baile de pasos cortos.
Un vals de Tchaikovski, compositor que no mató a nadie.
Leí unas palabras de Tolstoi, profundo conocedor del género humano.
Bebí un trago de vodka
y pensé <<qué poco valemos>>.
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