sábado, 29 de febrero de 2020

CONVERSACIONES CON ALCOHÓLICOS

Era una tarde de viernes. Estaba cansada del trabajo de toda la semana.

- "Otro viernes más"- pensó.

Planificaba como sería el fin de semana cuando sonó el móvil. Su hermano la llamaba. Tuvo un presentimiento nefasto.
 -"Sólo llama cuando tiene problemas."

- ¡Joder con tu hermana Lorena cómo se ha puesto porque le he pedido que me preste dinero!¡Que se lo voy a devolver joder!
La voz era inconfundible. Estaba bebido.

Otra vez la misma cantinela: mi mujer me domina, tengo la voz así porque me he mordido la lengua. Quiero irme esta noche y necesito dinero para el billete de tren.

Ninguno de los razonamientos que le explicaba le valían para convencerle de que borracho no se soluciona nada. Una amplia experiencia en tratar con bebedores dentro de la familia ya le había dado las claves para no soportar una vez más una situación tan desagradable. Porque el alcohólico es un enfermo pero hace enfermar a todos los que le rodean.

Ahora ella era una mujer de mediana edad sufriendo los vaivenes de las hormonas, a saber, depresión, ansiedad, insomnio, dolores y un largo etcétera de síntomas a cual más desagradable que una mujer en la premenopausia tiene que sufrir.
Y este viernes padecía ansiedad. Al oír la voz de su hermano le aumentó los latidos del corazón, la opresión en el pecho, las náuseas.
Al otro lado su hermano se justificaba una y otra vez con excusas cada vez más inverosímiles. Ella sabía que en el estado de embriaguez nadie razona y aún así le alentaba a que fuera fuerte se enfrentara sereno a la situación y apechugara con los resultados por muy desagradables que fueran. Entre tanto soportaba dolorosamente las manipulaciones emocionales a las que la sometía asegurandola que sus hermanas eran lo que más quería en la vida.

-Tú eres la única que me entiende, Susana.

Y a Susana más se le encogía el corazón. Ella sabía que no era verdad.

-Tienes que ir a un psiquiatra. No estás bien.
- Te contaré un secreto que nadie sabe.
La angustia crecía por momentos en ella. Se vio obligada a escuchar su confesión.
-No se lo cuentes a nadie.
- Precisamente eso es lo que deberías contarle a un psiquiatra. Un médico puede ayudarte. Conmigo te justificas para seguir haciendo lo que sea que quieras hacer. Lo que sea a lo que  teno te puedes enfrentar.

-Yo no puedo ayudarte.

Y entonces como en toda conversación de alcohólico pasó a otro tema. Volvió al pasado. A una relación pasada con una mujer a la que quiso mucho. Aquello transportó a Susana en el tiempo. Tenía unos diez años y su padre, también borracho le hablaba de una mujer que le dejó después de cinco años de relación. Siempre era lo mismo, que ella le quería como un hermano y al final le abandonó.
Susana tenía diez años y no entendía nada, pero sufría lo indecible cada vez que su padre se emborrachaba y la usaba para desahogarse. Ahora, cuarenta años después, la misma angustia, el mismo dolor en la conversación con su hermano. La misma situación. Pero esta vez supo defenderse.
Cuando su hermano volvió a nombrar a su amor perdido, Susana no pudo continuar.
La ansiedad la iba a hacer vomitar. Entre seguir escuchando y colgar el teléfono, decidió colgar.

No se alegró de su decisión. A su padre no podía quitárselo de encima. A su hermano sí. Pero tantos años de maltrato psicológico le pasaron factura. Así que tuvo que acudir a las valerianas. Después recurrió al Valium para poder dormir.

Que nadie piense que estas situaciones se resuelven con final feliz.