viernes, 22 de enero de 2021

MNEMOSINE

 


When I am laid, am laid in earth. May my wrongs create
No trouble, no trouble in thy breast;
Remember me, remember me, but ah! forget my fate.
Remember me, but ah! forget my fate.

    
               Dido y Eneas, ópera de Henry Purcell 
                       Texto de Nahum Tate ( 1652-1715)
                  


No siempre  que dos fósforos se prenden al mismo tiempo
acaban fundiendo sus ceras en íntima clandestinidad.
Pero siempre queda el impulso de querer la fundición
como una cuenta pendiente que no se sabe si se saldará.

Aparece Mnemosine y recuerda...
Que no fue falso el instinto que llevó a Dido a llenar  a Eneas de verbos concupiscentes
pues su sola imagen, sus ojos,  suficientes para que Dido
sintiera el impulso de la vida en ella y la misma vida la prendiese.

De Eneas apenas sabemos...
Es posible que ya no le quede mecha que consumir
y Mnemosine no acierte a despertar su interés.
O, simplemente, no desea enredar en los rescoldos del troyano
para que se apaguen definitivamente.

Se consumieron las mechas
se derritieron las ceras
Y el invierno nevó sobre sus restos.

Mnemosine como ha venido, se va
sin que quede nada de esta leyenda fenecida.

IOLANTHUS 














domingo, 3 de enero de 2021

LA MÁQUINA DEL TIEMPO


 

     Cómo explicar lo que no se ve? ¿Qué lenguaje puede hacer visible lo invisible? ¿Cómo describiros un artefacto que mi vista jamás pudo contemplar?

 

     El nuestro no era un laboratorio como los demás, al menos al principio. Quiero decir con esto que carecía de ordenadores, probetas, microscopios etc. El nuestro era un laboratorio mental. Lo cierto es que Andrés no confiaba en nadie ni en nada y menos en aquello que pudiera ser susceptible de ser hackeado, infectado o copiado etc. Ni discos duros ni pen drives ni ningún tipo de soporte digital. Increíble ¿verdad? Sí, pero sus razones tenía, además de una memoria prodigiosa. Andrés tenía y tiene enemigos y uno al que podría llamársele Doctor  Zito. Yo era o lo sigo siendo, no sé una especie de secretaria que ponía en orden sus pensamientos, sus cuadernos que eran muchos, sus diseños, sus dibujos, dudas, fórmulas y angelitos mofletudos. Él hablaba en voz alta conmigo y así al escucharse a sí mismo, le ayudaba a resolver sus dudas. Andrés escribía a mano. A veces entraba en una especie de trance escribiendo páginas y páginas hasta caer rendido. Me conoció en la Universidad cuando cursaba el último año de física cuántica. El daba clases de matemáticas a los de primero. Un día perdí mis apuntes de física que por suerte llevaban mi nombre y él se dedicó a buscarme por toda la universidad hasta que dio conmigo.

   -Srta. Olenska? ¿Marta Olenska? 

   -Sí-dije yo.

 Y me devolvió los apuntes que busqué por todas partes durante días.

 Emocionada le pregunté dónde los había encontrado y me contestó que en la biblioteca.

    Después de aquel encuentro se tomó muy en serio mis trabajos. Salimos juntos y después de intercambiar varias ideas sobre el tiempo y el espacio decidimos colaborar en su proyecto.

    Del laboratorio amanuense, pasamos al físico. Recibió una beca y se volcó en la invención de la máquina del tiempo. Lo tenía todo en la cabeza. Y fue depositando poco a poco y de manera física todos sus conocimientos en el prototipo. Nos encerramos en una nave industrial en Valladolid. Nadie sabía nuestra ubicación, ni siquiera el D. Zito que ya empezaba a darnos muestras de acoso. Él, es dueño de una gigante tecnológica, imaginaos si llegara a sus manos el proyecto de Andrés y mío.

    En la nave, discreta y oscura trabajábamos hasta tarde. Andrés no me dejaba ver lo que hacía. Aseguraba que era por mi seguridad, pero aquello me dolía pues yo también estaba aportado ideas al invento. Día a día, como un dictador, me ordenaba y yo por tal de contribuir al gran proyecto cedía terreno.

   -Ya verás, Marta, iré directo a los acontecimientos más importantes de la humanidad. Encontraré la verdad. Obtendré respuestas del futuro y conduciré al planeta al mayor bienestar que jamás haya conocido.

    -Es muy gratificante todo lo que dices, pero ¿no crees que estás jugando a ser Dios?

No me contestó y le dije que me gustaría ir con él. Me dijo que no podía ser pues sólo había un asiento en el prototipo.

   De alguna manera asumí que no haría el viaje. En nombre del bien común y la humanidad no estorbaría el invento. Mientras, pasaban los días y apenas dormía, se alimentaba de porquerías y refrescos de cola y como un poseso garabateaba en el papel cosas que yo ya no entendía. Me perdí y él se negó a explicarme de qué trataba sus nuevos descubrimientos.

   Yo veía la máquina desde lejos como si fuera una sombra chinesca. Apenas distinguía una forma voluminosa mas no podía acercarme. Le dije que me avisara cuando estuviera listo para partir y él me prometió que lo haría, pero no lo hizo.

   Fue una madrugada. Mi camastro estaba al lado del suyo. Me quedé dormida como siempre oyéndole trastear. El clic clac, el sonido de una turbina sorda, el rasgado de un papel…

   Un sonido brusco y seco con una luz intensa me hizo despertar. Abrí los ojos. Era de madrugada, el reloj marcaba las 4h y 05’ Tan sólo había transcurrido diez minutos desde que cerré los ojos. Entonces le vi delante de mí. La cara gris y desencajada. El traje ignífugo estaba hecho jirones. Me miró con los ojos tristes cual si viniera de un funeral. Se dirigió a su camastro dando unos pasos cortos, urgentes quizá desesperados y se dejó caer en la cama. Supe que algo grave había pasado. Le dejé dormir. Intuí que había puesto la máquina en marcha y cuando decidí ver si era cierto  descubrí que mis sospechas estaban justificadas.

  Diré que allí había una silla giratoria, restos de hollín en el suelo, papeles quemados por todo el suelo, olor como si hubiera habido allí una fundición de metales.

Estaba rabiosa y me sentía  impotente. No lloré, ese mamón no lo merecía. Me había utilizado y después con la promesa de mejorar el mundo me dejé llevar por un puto loco. Fui a su camastro llena de furia, con la intención de sacarle del sitio a patadas. Entraba la luz del día por la ventana y pude ver su rostro con claridad. Me paré en seco y mi pierna se quedó al borde del colchón. Le faltaba la nariz, los dedos de ambas manos y los de los pies. La piel estaba lisa como si nunca hubiera tenido esos apéndices.

Me asusté y salí corriendo  de allí.

Ahora estoy escondida. Me buscan, lo sé. Quieren respuestas, sobre todo el D. Zito. Yo también necesito respuestas.

 

IOLANTHUS