domingo, 12 de septiembre de 2021

EN EL CIRCO





       Un día despertó en el mismo circo de siempre, y ella ya no era la misma. Se miró las manos, las muñecas vendadas, las musculosas piernas, lo pies. En el suelo de arena, como el coso de una plaza de toros, alrededor suyo,  en un círculo perfecto, las gradas estaban llenas de público que aplaudía con fervor.


Delante de ella estaba su pareja de espectáculo. Ambos saludaban a la gente sonriendo. El número había salido perfecto. La cogió por la cintura y la elevó por los aires como si fuera una pluma. Podía hacer lo que quisiera pues tenía el apoyo de su compañero.

Tiempo atrás esto no había sido así. A veces en los ensayos, discutían, se daban la espalda, se perdían y se encontraban y luego se amaban. Volvía el respeto, la consideración. Resurgía la armonía que les permitía acometer grandes equilibrios en las alturas.

Con el transcurrir de los meses su espectáculo fue ganando adeptos. El circo se llenaba y aparecieron los admiradores, personas con pretensiones de todo tipo: posesivas, sexuales, amorosas, platónicas, económicas...Ella se convirtió sin saberlo en una especie de imán para lo extraordinario. Las cartas de amor, los poemas, las flores, los regalos, todo se convirtió en una montaña de acoso  con la que no podía ya vivir. Empezó a pasarle factura en las alturas. Su cabeza no estaba donde debía estar. Fallaba y perdía fuerza y autoestima. Su pareja de trapecio la propuso dejarlo por un tiempo. Ella no quiso. Tuvo que tomar una determinación. Demasiadas atenciones hacia fuera hacía que se ignorara por dentro. 

Una noche se soñó a sí misma siendo la musa de un compositor de música. Le decía entre sollozos que la amaba. Ella también a él, pero no como necesitaba ser amado. La abrazaba fuerte contra sí y ella acariciaba su espalda con las manos adormecidas. Sin mover los labios le miraba y le hablaba con el hilo de los sueños que cosen escena tras escena. Le enseñaba las muñecas vendadas que atestiguaban que ella ya tenía pareja de trapecio, de saltos mortales que exigían atención. Mientras nada lo impidiese tenía la absoluta seguridad de que nunca la dejaría caer al vacío. Siempre estaría  para sostenerla cuando cayese y sentía la necesidad de corresponder le de la misma forma, como tantas veces habían hecho tras años de piruetas en el aire. En el sueño el músico no se consolaba. La abrazaba más fuerte como si su figura fuese un globo que se desinfla y no puede ser sujeto con nada. Ella se escapaba, como se escapa el entendimiento cuando no quiere saber. Con un soplo le susurró que el vínculo entre el trapecista y ella era algo místico y sagrado que no se puede romper a pesar de haber sido bamboleado con arsenales de pretensiones sensuales. Tras pronunciar estas palabras en su mente, sin mover los labios, la escena desapareció.

Fue entonces cuando volvió a despertar. Se miró las manos, las muñecas vendadas y levantó los ojos hacia arriba y allí estaba él, su pareja de toda la vida esperando pacientemente a que se decidiera a saltar. Y saltó hacia arriba con más convicción y energía de la que nunca tuvo hasta entonces.


                                                                  IOLANTHUS

 

                                                             



 

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