Cómo explicar lo que no se ve? ¿Qué lenguaje puede hacer
visible lo invisible? ¿Cómo describiros un artefacto que mi vista jamás pudo
contemplar?
El nuestro no era un laboratorio como los demás, al menos al
principio. Quiero decir con esto que carecía de ordenadores, probetas,
microscopios etc. El nuestro era un laboratorio mental. Lo cierto es que Andrés
no confiaba en nadie ni en nada y menos en aquello que pudiera ser susceptible
de ser hackeado, infectado o copiado etc. Ni discos duros ni pen drives ni
ningún tipo de soporte digital. Increíble ¿verdad? Sí, pero sus razones tenía,
además de una memoria prodigiosa. Andrés tenía y tiene enemigos y uno al que
podría llamársele Doctor Zito. Yo era o
lo sigo siendo, no sé una especie de secretaria que ponía en orden sus
pensamientos, sus cuadernos que eran muchos, sus diseños, sus dibujos, dudas,
fórmulas y angelitos mofletudos. Él hablaba en voz alta conmigo y así al
escucharse a sí mismo, le ayudaba a resolver sus dudas. Andrés escribía a mano.
A veces entraba en una especie de trance escribiendo páginas y páginas hasta
caer rendido. Me conoció en la Universidad cuando cursaba el último año de
física cuántica. El daba clases de matemáticas a los de primero. Un día perdí
mis apuntes de física que por suerte llevaban mi nombre y él se dedicó a
buscarme por toda la universidad hasta que dio conmigo.
-Srta. Olenska? ¿Marta Olenska?
-Sí-dije yo.
Y me devolvió los apuntes que busqué por todas partes
durante días.
Emocionada le pregunté dónde los había encontrado y me
contestó que en la biblioteca.
Después de aquel encuentro se tomó muy en serio mis
trabajos. Salimos juntos y después de intercambiar varias ideas sobre el tiempo
y el espacio decidimos colaborar en su proyecto.
Del laboratorio amanuense, pasamos al físico. Recibió una
beca y se volcó en la invención de la máquina del tiempo. Lo tenía todo en la
cabeza. Y fue depositando poco a poco y de manera física todos sus
conocimientos en el prototipo. Nos encerramos en una nave industrial en
Valladolid. Nadie sabía nuestra ubicación, ni siquiera el D. Zito que ya
empezaba a darnos muestras de acoso. Él, es dueño de una gigante tecnológica,
imaginaos si llegara a sus manos el proyecto de Andrés y mío.
En la nave, discreta y oscura trabajábamos hasta tarde. Andrés
no me dejaba ver lo que hacía. Aseguraba que era por mi seguridad, pero aquello
me dolía pues yo también estaba aportado ideas al invento. Día a día, como un
dictador, me ordenaba y yo por tal de contribuir al gran proyecto cedía
terreno.
-Ya verás, Marta, iré directo a los acontecimientos más
importantes de la humanidad. Encontraré la verdad. Obtendré respuestas del
futuro y conduciré al planeta al mayor bienestar que jamás haya conocido.
-Es muy gratificante todo lo que dices, pero ¿no crees que
estás jugando a ser Dios?
No me contestó y le dije que me gustaría ir con él. Me dijo
que no podía ser pues sólo había un asiento en el prototipo.
De alguna manera asumí que no haría el viaje. En nombre del
bien común y la humanidad no estorbaría el invento. Mientras, pasaban los días
y apenas dormía, se alimentaba de porquerías y refrescos de cola y como un
poseso garabateaba en el papel cosas que yo ya no entendía. Me perdí y él se
negó a explicarme de qué trataba sus nuevos descubrimientos.
Yo veía la máquina desde lejos como si fuera una sombra
chinesca. Apenas distinguía una forma voluminosa mas no podía acercarme. Le
dije que me avisara cuando estuviera listo para partir y él me prometió que lo
haría, pero no lo hizo.
Fue una madrugada. Mi camastro estaba al lado del suyo. Me
quedé dormida como siempre oyéndole trastear. El clic clac, el sonido de una
turbina sorda, el rasgado de un papel…
Un sonido brusco y seco con una luz intensa me hizo despertar.
Abrí los ojos. Era de madrugada, el reloj marcaba las 4h y 05’ Tan sólo había
transcurrido diez minutos desde que cerré los ojos. Entonces le vi delante de mí.
La cara gris y desencajada. El traje ignífugo estaba hecho jirones. Me miró con
los ojos tristes cual si viniera de un funeral. Se dirigió a su camastro dando
unos pasos cortos, urgentes quizá desesperados y se dejó caer en la cama. Supe
que algo grave había pasado. Le dejé dormir. Intuí que había puesto la máquina
en marcha y cuando decidí ver si era cierto
descubrí que mis sospechas estaban justificadas.
Diré que allí había una silla giratoria, restos de hollín en
el suelo, papeles quemados por todo el suelo, olor como si hubiera habido allí
una fundición de metales.
Estaba rabiosa y me sentía impotente. No lloré, ese mamón no lo merecía. Me había utilizado y después
con la promesa de mejorar el mundo me dejé llevar por un puto loco. Fui a su
camastro llena de furia, con la intención de sacarle del sitio a patadas.
Entraba la luz del día por la ventana y pude ver su rostro con claridad. Me
paré en seco y mi pierna se quedó al borde del colchón. Le faltaba la nariz,
los dedos de ambas manos y los de los pies. La piel estaba lisa como si nunca
hubiera tenido esos apéndices.
Me asusté y salí corriendo
de allí.
Ahora estoy escondida. Me buscan, lo sé. Quieren respuestas,
sobre todo el D. Zito. Yo también necesito respuestas.
IOLANTHUS